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Almas perdidas en la ceniza - Parte 2 de 10 - Luis Fernández

 



Relato 2 - La expedición

Berlín, 6 de junio de 1995
Ahora a punto de vencerme el sueño, recuerdo. Recuerdo el frío, cómo el viento me sajaba la cara, que respirar era tragar cuchillas de afeitar, el dolor de mi sudor cortándome el alma, de cómo aquellas malditas montañas heladas todos los días me susurraban que abandonáramos, que nos rindiéramos a ellas. Qué jamás completaríamos nuestra misión en esta vida. Recuerdo las noches, recuerdo tanto el miedo a la mañana siguiente, las eternas dudas de la utilidad de nuestra misión. Que qué hacíamos a miles de kilómetros de nuestra querida patria, nuestra Alemania en busca de algo que nadie había visto nunca, a cientos de noches de nuestros seres queridos.

Nunca podré olvidar toda aquella blanca desolación, como tampoco podré olvidar jamás su nombre.
  Oskar Bauer. El hombre que me salvó de todo aquello, el hombre que me permitió volver. El capitán Oskar Bauer. Conservo entre mis escasas pertenencias un desvencijado diario, el único objeto que me ancla a esta realidad…

Múnich, 10 de febrero de 1943
La derrota de Alemania algunos días atrás en Stalingrado había acabado con las pocas esperanzas de ganar la guerra y el III Reich, falto de efectivos y desparramados por el viejo continente, se desmoronaba.

El Führer conocedor de la problemática y apoyado por su gabinete secreto ocultista, deseaba encontrar la mano ganadora de una partida perdida hacía meses. Encontrar un vínculo, un lazo especial capaz de levantar el ánimo a la desfallecida tropa, que estaba muriendo y siendo derrotada por toda Europa. Se retomaron los apuntes de la expedición del zoólogo Ernst Schäfer encargada por el mismísimo Heinrich Himmler en 1938 para encontrar una raza primigenia, de hombres de cabellos rubios y antepasados directos de los pueblos arios. En apenas tres meses, todo el aparato secreto se movilizó y reclutó, en su locura, a la milicia más capacitada para tan extraordinaria misión. Nos lavaron el cerebro con sueños sólo al alcance de nuestra ambición. La pureza aria. Los elegidos para la noble misión de engrandecer el III Reich. La búsqueda del legendario Yeti y certificar la descendencia directa de la raza germana de estos seres. Apartarnos de la teoría evolutiva de Darwin, demostrarle al mundo la superioridad de nuestros genes, de que no procedíamos, como el resto de la humanidad, del simio, si no de una raza cercana al cielo y el nombre clave de nuestra misión recalcaba este hecho, “Göttersöhne” (Los hijos de los Dioses)Recuerdo sus nombres, pero apenas ya sus caras. Max Dehring, renombrado biólogo, Jürgen Pohlner, destacado antropólogo de la universidad de Múnich, mi buen amigo Fritz Brems, experto zoólogo, entre otros ocho escogidos más.

18 de mayo de 1943
Sólo han pasado algunos meses y ya estamos de camino a la cordillera del Himalaya en la expedición secreta más importante del III Reich en su corta historia. Nos comanda el barón Viktor von Schloßbaum, hijo del ilustre explorador del mismo nombre, encerrado en su castillo de Baviera por demencia años atrás, orgulloso oficial de las SS y miembro fundador de la comunidad seudocientífica Ahnenerbe (la descendencia ancestral) creada por el ocultista nazi Heinrich Himmler. Al mando también se encuentra el condecorado capitán Oskar Bauer, legendario entre la tropa más veterana por su alto grado de experiencia al mando. 

27 de mayo de 1943
Con la cobertura de una supuesta fallida incursión estratégica acabamos de dejar atrás Sikkim, una puerta natural para entrar en Nepal. Muchos soldados alemanes han muerto acribillados bajo las balas rusas para encubrir nuestra verdadera misión. Los hombres no le importan nada a Hitler mientras sirvan a un propósito mayor. Nos acompaña un sherpa, leal al dinero que no a Alemania. Nuestro ascenso está previsto algunos días después aprovechando una tormenta de nieve la cual cubrirá todas nuestras huellas en pocas horas. Se dice que Yu Pong Yi, el sherpa que nos guiará, posee tres pulmones. Pulmones que le habían permitido sobrevivir en incontables ocasiones a grandes altitudes y según Inteligencia una de las pocas personas que podía haber visto al Yeti y único superviviente de una misión anterior tan secreta y oculta como la actual. Decía haberle visto cerca de una gruta recóndita, objetivo final de nuestra travesía. No sólo debemos capturar a este ser legendario con vida, sino establecer nuestros vínculos de sangre y retornar con la mayor brevedad posible a Berlín. 

29 de mayo de 1943 - Día 1 del ascenso
Hemos iniciado el ascenso, y después de mostrarnos la ruta secreta la cual debíamos seguir para alcanzar la gruta, Yu Pong Yi, ha rigurosamente ejecutado por von Schloßbaum de un tiro en la nuca. El propio barón se encargó de arrojar al desgraciado sherpa de un puntapié al vacío junto a un salivazo. “Saluda a tus ancestros, raza inferior, asqueroso sherpa”. Odio en lo que nos hemos convertido, en lo que se ha convertido nuestra Alemania. Me odio a mí mismo. Sólo la vana esperanza de volver pronto a Berlín junto a mi mujer Maren y mi pequeño Konrad me mantiene firme. 

30 de mayo de 1943 - Día 2 del ascenso
La travesía es agotadora. No nos habían preparado para luchar contra una climatología tan adversa. Sobrecargados por el delicado instrumental y ante la inflexible orden de cumplir las jornadas impuestas por el barón, los más jóvenes han empezado a desfallecer. El agotamiento empieza a hacer mella en nosotros y nos hace creer que algo nos lleva siguiendo hace días.

1 de junio de 1943 - Día 4 del ascenso
La criatura o lo que sea que nos lleva siguiendo ha rondado el campamento ya varias noches. El soldado Meier me relató, la pasado noche, sobresaltado haber visto acercarse una sombra enorme a su tienda. Durante las siguientes noches otros compañeros confirmaron este mismo hecho, pero no conseguimos ver nada. Pero ahí está, lo sabemos de algún modo. Nos está acechando. 

3 de junio de 1943 - Día 6 del ascenso
El joven cartógrafo Otto Schnitzler ha muerto. Preso del cansancio y de la desesperación que nos atenaza por las noches, se abalanzó gritando fuera de su tienda a medianoche. Lo hemos encontrado apenas a veinte metros de las tiendas esta mañana. Congelado, con rostro ceniciento, aterrado. Hemos supuesto que la noche y las bajas temperaturas lo han matado. Pero no fue el frío, fue algo mucho más terrible. Lo sé. He visto muchos cadáveres, pero jamás con ese rostro desencajado, no con esa postura de súplica. No le enterramos, sería un esfuerzo que no nos podíamos permitir. Estábamos faltos de fuerza. Le deslizamos ladera abajo, envuelto en su saco de dormir, después de hacernos con sus objetos más personales, acompañado de un simple “Gott sei mit dir”. No hemos vuelto a hablar de él, intentamos negar su mera existencia, con la falsa ilusión de soportar mejor el dolor, su ausencia. 

6 de junio de 1943 - Día 9 del ascenso
Las ventiscas han empeorado durante los últimos días y nuestra escalada se ralentiza. Los mismos metros que ganamos en una jornada los perdemos por duplicado días después. Castigados cual Sísifo. La criatura parece haber abandonado su persecución, quizás haya perdido interés en nosotros. Seguimos ascendiendo. Desde hace varias noches unas extrañas luces de extraños colores iluminan el cielo sobre nuestras cabezas. Colores entremezclados como en la paleta de un pintor loco.

8 de junio de 1943 – Día 11 del ascenso
Cuan diferente es el liderazgo del barón von Schloßbaum comparado al del capitán Bauer. Mientras el barón nos arenga con insultos y ejecuciones si no seguimos ascendiendo. “No volveré a Alemania sin haber cumplido nuestra misión. Vuestros hijos estudiarán mi nombre en los colegios del Reich, repartidos por toda Europa. Si no os mata la montaña, os mataré con mis propias manos. Seguid ascendiendo por la gloria del Führer”. El capitán sin embargo nos arenga a seguir, a un último esfuerzo. Un poco más, Kameraden, cuanto antes lo consigamos, antes volveremos a casa”. 

9 de junio de 1943 - Día 12 del ascenso
Seguimos ascendiendo a miles de kilómetros de Alemania, cargados como mulas, enterrados hasta las rodillas de nieve, en busca del sueño de un hombre que no nos ha visto antes, que presumiblemente no sabrá ni nuestros nombres ni le importarán. Nuestros víveres han empezado a escasear. La sensación de retroceder en lugar de avanzar es permanente. Las distancias recorridas no cuadran.

10 de junio de 1943 - Día 13 del ascenso
Todas las noches tememos no despertarnos a la mañana siguiente. La mera posibilidad de permanecer despierto o de guardia se antoja imposible. Las bajas temperaturas y el agotamiento de la jornada dificultan cualquier guardia. No hubiese servido para nada. El barón lo sabe, y ni él, ni el capitán Bauer contemplan esta opción. Pienso en mi mujer y si aún cree que sigo vivo. 

11 de junio de 1943 - Día 14 del ascenso
Max Dehring, murió la pasada noche, algo le arrastró fuera de la tienda mientras dormíamos y le destripó como a un pez. No llegó a gritar, encontramos su cuerpo mutilado a la mañana siguiente. Nadie dijo nada. Tampoco le enterramos. Seguimos ascendiendo. 

13 de junio de 1943 - Día 16 del ascenso
El miedo se ha acomodado entre nosotros, nos desgarra día tras día, nos entierra noche tras noche. Seguimos ascendiendo. 

14 de junio de 1943 - Día 17 del ascenso
Hemos alcanzado esta mañana el lago Roopkund, ubicado en la falda del macizo de Trisul. Es imposible. Más de 900 km separan Sikkim del lago. No hay explicación científica que justifique haber recorrido esta distancia en tan poco tiempo. Jürgen Pohlner nos indica que, en el año 1942, un guardia de la zona encontró más de 600 esqueletos de cuerpos humanos con fracturas de todo tipo en Roopkund. La explicación oficial fue que un grupo de nómadas fueron sorprendidos por un alud o tormenta de granizo. Pero eso no explicaría la ausencia de los esqueletos de mulas o animales de carga. Ni la distribución de los esqueletos.


Algo más apartado del lago hemos descubierto algo aún más aterrador. Los restos de una antigua expedición rusa. Al menos ocho tiendas. Todas desgarradas desde dentro. Tan solo un cadáver. Un oficial de alto rango. ¿Y el resto de la expedición? No hay rastro de ella. Sin embargo, las armas aún continúan cargadas en su interior. No llegaron a realizar ni solo disparo. Al inspeccionar los restos del único cuerpo que pudimos encontrar, éste sujetaba entre sus agarrotadas manos contra el pecho, una fotografía de su familia. Masha, 1942. Una mujer sonriente, una granja. Un momento de felicidad eternizado en papel. Una vida entera resumida a un instante. En sus últimos momentos de vida, no quiso morir solo, y murió con la foto de su amada. En un dedo el oficial portaba un particular anillo, el “Totenkopfring”, el anillo con el que Himmler distinguía personalmente a los oficiales más notorios alemanes. ¿Pero por qué lo portaba un oficial ruso? Malhumorado, el barón le despojó del anillo y se lo guardó en un bolsillo de la chaqueta. Sorprendentemente, el barón no parece contrariado por habernos desviado tanto del destino. Haremos noche aquí, buscaremos algo de víveres entre los restos de las tiendas y continuaremos nuestra travesía mañana. Las insólitas luces del firmamento parecen intensificarse más esta noche.

17 de junio de 1943 - Día 20 del ascenso
Al poco de iniciar nuestra travesía por la mañana, los brillantes colores del cielo se enfatizaron, y horas después, extrañamente, volvemos a estar cerca de nuestra ruta inicial. No lo entendemos. Es como si avanzáramos inmensas cantidades de kilómetros en pocas horas.

17 de junio de 1943 - Día 20 del ascenso, más tarde
Hemos perdido el contacto por radio. “Demasiada estática, no recuperaremos la señal, a menos que mejoren las condiciones meteorológicas” ―nos certifica el preocupado cabo Kirchmeyer ― “Estamos incomunicados”. 

18 de junio de 1943 - Día 21 del ascenso
Hemos tratado de encender la radio muchas veces con igual resultado. Aguda estática. Incluso ésta ha enmudecido tras algunas horas y han quedado voces. Susurros. Lejanos vocablos en un idioma perdido tiempo atrás, antiguos como la torre de Babel. Nuestro lingüista, Hans Bohm, ha apuntado en su libreta algunos signos, algunas frases sueltas, pero reniega una y otra vez de ellas. “No puede ser, no puede ser” ―repite sin cesar. ―“He escuchado esto antes en alguna parte, pero no consigo recordar dónde. Necesitaré algo más de tiempo”. Von Schloßbaum no parece demasiado interesado, incluso extrañamente molesto y ha prohibido encender la radio durante el resto de la expedición. “No podemos perder el tiempo con la estática de una montaña, sólo nos desvía de nuestra misión”. No obstante Bohm desobedeció la orden directa y por mediación del capitán ―“Necesitamos esa radio, Hans” ―ha seguido encendiendo en vano la radio por las noches, a espaldas de von Schloßbaum, cuando las ventiscas son más fuertes para ocultar su acción.

19 de junio de 1943 - Día 22 del ascenso
La tienda que compartían Bohm como Kirchmeyer, así como todo el material de radio, perdió los amarres la noche del 18 de junio y se precipitó risco abajo. Los gritos de nuestros compañeros se fundieron con el ulular del viento. No pudimos salir a salvarlos, la tormenta de nieve era demasiado violenta y tan sólo pudimos permanecer quietos y rezar, mientras nuestros camaradas se dirigían a su funesto destino. Mi compañero de tienda, Fritz Brems, sollozaba a oscuras ―“Klaus, lieber Freund, no sobreviviremos. Vamos a morir todos”. Al amainar la tormenta, descendimos un poco y encontramos sus cuerpos, sepultados bajo la nieve. Parecían muñecos rotos, de rostro encerado, hinchados como peces, marionetas a las que les hubiesen cortado los hilos. No pudimos salvar la radio. Estaba destrozada. Busqué entre sus pertenencias su libreta de apuntes. No la encontré. Von Schloßbaum no mostró piedad y tuvimos que repartir el peso de lo que pudimos salvar entre el resto de los compañeros. Estaba perdiendo la cordura y que no podíamos malgastar tiempo con los muertos. Que debíamos alcanzar la gruta, y que llorar como mujeres no era propio de arios. Que debíamos alegrarnos puesto que la muerte de nuestros compañeros nos proporcionará más raciones.

20 de junio de 1943 - Día 23 del ascenso
Fritz Brems lleva enfermo varios días. Extrañas fiebres han invadido su cuerpo. Empezó a balbucear frases sin sentido y a reír a todas horas. Se niega a seguir ascendiendo y sus ojos vidriosos han perdido toda lucidez. Por orden directa de von Schloßbaum le abandonamos a su suerte, después de que el capitán consiguiera que no fuese ejecutado al instante en un arranque de ira del barón. Eché la vista atrás y sentado, riéndose como un niño, desprovisto de toda vestimenta, conversaba a solas. Le mentí y le prometí volver. Sé que nunca podré cumplir mi palabra. Sigo oyendo su risa entrecortada junto a la ventisca. Estoy empezando a volverme loco. Temo acabar como Fritz.

21 de junio de 1943 - Día 24 del ascenso
La criatura que pensábamos que había desistido en nuestra persecución volvió a atacarnos hace unas noches. Nadie volvió a ver nada excepto von Schloßbaum. Los gruñidos del ser se mezclaron con los gritos de nuestros compañeros al ser destripados por aquel ser invisible. Desgarró la garganta a Berg y se devoró parte del rostro de Neumayer. Ninguno de ellos llegó a disparar, todo ocurrió en décimas de segundos. No pudimos hacer nada, cuando quisimos reaccionar, ya todo había terminado. Nuestros compañeros no fueron rivales para eso. Von Schloßbaum, herido y con la oreja desgarrada, disparaba por doquier enloquecido con su Mauser contra todo aquello que se moviese. La silenciosa noche se reía de nosotros. Habíamos perdido a la mitad de nuestros hombres, y todavía no habíamos divisado la gruta. Se decidió seguir avanzando, pero la situación ya se ha vuelto insostenible. Ante la desesperación de la soldadesca y ante el temor de un nuevo ataque, el capitán ha decidido entrevistarse con von Schloßbaum. 

Me encuentro a pocos metros de la tienda del comandante e intentaré transcribir la conversación y los hechos que acontecieron dentro de ella lo mejor que recuerdo.

- ¿Da su permiso, Herr Kommandant? -solicitó el capitán.
- Pase, Herr Kaptain -respondió desganado von Schloßbaum, retirando lentamente  un viejo diario sobre el que se encontraba anotando algo.
- No podemos continuar. Herr Kommandant, la tropa está asustada y desmotivada. No sabemos qué ser infernal nos está masacrando y no alcanzaremos el objetivo falto de efectivos. Deberíamos contemplar la posibilidad de abortar la misión y regresar de inmediato a Alemania... -expuso Bauer.
- ¡Ach so! ¡La desidia hace presencia! Rendirse, qué buena opción, ¿verdad? Abandonar la misión como ratas apestosas a las primeras de cambio. No se atreva a volver jamás a replantearse nuestra expedición, Herr Kaptain. Puede decirle a nuestra estimada y cobarde tropa, que no toleraré actos de rebeldía, como tampoco permitiré que me vuelva a dirigir la palabra, a no ser para darme los informes pertinentes. ¿Lo ha entendido bien, Herr Kaptain? -replicó von Schloßbaum con voz tajante.
- Sí, Herr Kommandant -asintió Bauer.
- Ya puede retirarse, Herr Kaptain - finalizó von Schloßbaum, limpiándose su odiado monóculo pausadamente.

Al abandonar el capitán la tienda, ya de espaldas, von Schloßbaum volvió a dirigirle la palabra.

Esperaba... más de usted. Su padre sí que fue un auténtico ario, lástima que su madre pervirtiese su linaje siendo... digamos... impura. ¿O acaso pensaba que no sabía de dónde salió la putita de su madre? Debería ser más humilde, virtud de la cual siempre ha adolecido su apellido, más pendientes del cuidado de las reses y de las piaras de cerdos. Importante labor, sin duda. Necesitamos a todos. Ha tenido usted mucha suerte al haber sido admitido en el ejército. Alguna buena influencia pagada sin vacilación por parte de su madre, ¿no es cierto? -le grazno el barón maliciosamente -Retírese, Herr Kaptain.

Oskar Bauer era orgulloso, pero no estúpido y abandonó la tienda sin más comentarios. El capitán no volvería a dirigir la palabra al barón hasta el día del incidente.

21 de junio de 1943, más tarde
Al salir de la tienda, el rostro del capitán nos ha confirmado nuestros peores temores. Debíamos continuar, aunque muriésemos todos en el intento. Alcé la vista al firmamento, y tan solo la solitaria luna me brindaba consuelo. Las luces han desaparecido y tan solo permanece la luna. Un hombre, en momentos de angustia, debe encontrar consuelo en aquellas cosas que no cambian. Que permanecen iguales. Las que transmiten la falsa seguridad de que todo permanece impertérrito. Me pregunto si Maren se acordará de mí viendo esta misma luna.

22 de junio de 1943 - Día 25 del ascenso
Hemos alcanzado finalmente la gruta. En la entrada se aprecian restos de la antigua expedición de Ernst Schäfer del 38. Alguna tienda rajada a merced del viento, unas latas abolladas de raciones vacías y una pequeña fosa común. En su interior, más compañeros muertos. Las bajas temperaturas han conservado sus expresiones de sorpresa y terror en sus rostros. Como si la muerte les hubiera llegado de improvisto. Eran todos muy jóvenes. Carne joven para el infierno blanco.  Es posible que el interior de la gruta posea un aire no respirable. El capitán Bauer nos ordena que tengamos a mano nuestra Gasmaske. Los que quedamos revolvemos nerviosamente en nuestra mochila en su búsqueda. La máscara de gas color oliva es el modelo 30 y todo el ejército alemán dispone de una. Aún recuerdo el miedo que sentía mi hijo al ponérmela en casa para asustarle. Parecía un insecto. Descansaremos en la entrada y nos sumergiremos en su interior al día siguiente.

23 de junio de 1943
Gracias a una libreta, anudada junto a otros documentos, igual de arrugados, que de forma intermitente consultaba el barón, hemos conseguido no perdernos por los laberínticos recodos de la gruta. Una humedad pastosa y un tenue palpitar nos acompañó durante las cerca de doce horas que estuvimos en ella. Apenas conseguíamos vislumbrar nada y sólo nuestra respiración entrecortada nos indicaba levemente la distancia que separaba un compañero de otro. Caminábamos medio encogidos, atrapados por el material que portábamos y la estrechez de distintas partes de la cueva. En un alto me fijé en las extrañas runas, que, sin duda alguna, no sólo adornaban esa parte del laberinto sino posiblemente toda la cueva. Signos irreconocibles y grafías imposibles, nunca vistos antes. Imágenes ancestrales de seres gigantescos que de algún modo mostraban una historia antigua como el tiempo. Mostraban templos y artefactos de diseños imposibles. Hemos decidido pernoctar. Estamos abatidos. El temor de que el ser que nos estaba siguiendo también hubiese entrado en la gruta tras nuestra nos atemoriza. De modo extraordinario se ha decidido montar guardia aquella noche.

24 de junio de 1943
La noche ha transcurrido sin mayores incidentes. Y esta mañana al salir por fin de la cueva, hemos vislumbrado un valle. Una amplia cascada y una frondosa vegetación nos saludaron y durante algunas horas aliviaron nuestras penas. Extraños pájaros agitaban sus alas y nos observaban curiosos. Excepto el ruido del líquido elemento, la jungla permanece en el más absoluto de los silencios. El barón está extrañamente excitado. Abre y cierra sus anchas manos enguantadas continuamente. Un sendero nos conduce a un lejano templo abandonado e imposible de datar en años. Aprovecharemos para abastecernos de agua y descanso. Una terrible sensación de que algo va terriblemente mal nos asola tanto al capitán como a mí. Nuestras miradas se cruzaron y ambos lo sabemos. El valle parece el paraíso, para mí es un pastoso infierno verde. El dolor de cabeza y las náuseas empezarían poco después. 

Los acontecimientos posteriores al 24 de junio no forman parte de mi diario original y son torpes transcripciones de los acontecimientos de los días siguientes.

- Estoy tan orgulloso de vosotros. Habéis demostrado ser dignos, auténticos arios. Los informes sobre vosotros genes eran muy ciertos. Qué gran honor el vuestro, ser el molde, el germen de la nueva raza. Vuestra misión ha terminado, Truppe -nos aullaba von Schloßbaum mientras entre convulsiones, en él, se iniciaba una impía transformación. Una conversión a un ser monstruoso de ojos salvajes, alargados brazos y garras colosales.

De repente lo entendí todo. Ningún monstruo nos había estado persiguiendo, siempre estuvo a nuestro lado. El barón había asesinado a nuestros compañeros y la herida superficial de las pasadas jornadas se la había infringido él mismo con su propio cuchillo para desviar nuestras más remotas sospechas. Ahora entre terribles dolores al pie de su verdadero aspecto entendía que todo era una maldita trampa. Nuestra expedición carecía de sentido, estos seres ya estaban entre nosotros. Habíamos encontrado al Yeti y su búsqueda la íbamos a pagar con la vida. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fueron las risotadas de una multitud de seres de miradas encendidas saliendo entre la maleza y los gritos de pánico de mis compañeros al ser devorados vivos.

Desperté al cabo de las horas atado de pies y manos a un extraño artefacto. Me acompañaban atrapado el capitán Bauer y el soldado Meier. Nos habían semi desnudado y un intrincado cableado envolvía nuestras cabezas. Nos estaban investigando. Debíamos estar dentro del templo por la claridad que desprendían minúsculas aperturas en la parte superior de las paredes. El ser antaño con cargo de comandante nos observaba divertido desde una mesa repleta de papeles y artefactos.

- Sois muy afortunados, vuestros conocimientos, vuestras habilidades pasarán a formar parte de nuestra conciencia colectiva -exponía el monstruo de voz cada vez más gutural - Muy afortunados. Vuestros compañeros no fueron dignos, no disfrutarán de vuestra inmensa suerte y nadie los recordará jamás. Vosotros en cambio siempre formaréis parte de nosotros, la primera hornada de la nueva raza.

Los cuerpos inertes de un afamado antropólogo de Múnich, y de otros dos compañeros nuestros yacían apilados cual leña seca algunos metros más adelante. Apenas cuatro tiras de piel adornaban sus esqueletos, relucientes cual marfil. Similares a los que encontramos cerca del lago Roopkund hace miles de años. Los pocos cabos que quedaban sueltos empezaban a anudarse por sí solos. Todo cobraba sentido.

El III Reich había pactado en el pasado con estos seres, en caso de una antaña improbable derrota, una alianza para ganar la guerra. El padre de von Schloßbaum formó parte de la expedición de Schäffer del año 1938 y debió ser el primero en contactar con ellos, Suya debía la libreta que nos guio a través del pétreo laberinto. Su codicioso hijo se prestaría sin duda voluntario para guiar la expedición hacia las mismas entrañas del Himalaya y sacrificar, si fuera necesario, a lo más destacados de Alemania. En algún momento el barón tuvo que sufrir una transformación. Quizá en ello radicaba todo el pacto. La creación de una raza de superhombres híbridos capaces de ganar la guerra y arrasar Europa. Precio insignificante donde los hubiese para hacer morder el polvo a los aliados y dominar posteriormente el mundo. Tan sólo seríamos unas cobayas, unos nutrientes, unos vehículos de conocimiento, para estos seres. Precio asumible para nuestro propio país a cambio de secretos inalcanzables. ¿Pero qué beneficio podían sacar esta raza de este infernal pacto? ¿Qué razón se escondía tras la muerte de la mitad de nuestros hombres durante la ascensión? ¿La selección natural del más fuerte? ¿Qué nos hacía enfermar y que había escuchado nuestro lingüista que tanto pánico le causó? ¿Qué eran en realidad las extrañas luces del cielo? Preguntas sin respuestas.  

La oscuridad cubrió el templo algunas horas después y atados a los artefactos, no representábamos peligro alguno a estos seres. Nos dejaron solos y activaron la maquinaria. Un zumbido ensordecedor violaba nuestros sentidos. Las hemorragias internas empezaron poco después. Meier dejó de luchar tras horas de sufrimiento extremo y su cuerpo sin vida se deshizo cual ceniza a escasos metros de nosotros. El artefacto nos estaba robando la fuerza vital, nuestros conocimientos, nuestras experiencias y nos desharíamos como el desdichado Meier si no conseguíamos escapar en breve. Mis seres queridos se encontraban cada vez lejos. Mi cuerpo se convulsionaba y mi sangre empezaba a hervir. Incapaz de soportar el dolor, me desmayé.

Debía ser ya de madrugada, cuando una débil voz me despertó de mi letargo.

- Despierta, Klaus, no hagas ruido. Debemos irnos de inmediato -me susurraba el capitán.

 Había conseguido librarse de la máquina de algún modo. Había forzado su propio cuerpo y cuando el último hálito de vida estaba a punto de abandonarle y su cuerpo apenas disfrutaba de vida, se deshizo de sus ataduras a cambio de un dolor indescriptible. Su aspecto era lamentable. Recogimos de la mesa una desvencijada mochila para guardar en ella la libreta con las anotaciones de von Schloßbaum, una linterna y unos pocos objetos más. La libreta era la única posibilidad de poder recorrer el laberinto con cierta garantía de éxito. Nos lanzamos a las tinieblas de la jungla, con la vana esperanza que nadie detectara nuestra huida hasta que estuviéramos muy lejos de aquel habitáculo. Decidimos penetrar en la gruta y jugarnos nuestras últimas cartas a la desesperada armados tan sólo con el contenido de la mochila y un viejo diario.

- Lo conseguiremos, mein Freund, ya lo verás... -afirmaba mi cadavérico capitán, de hombros caídos y pecho hundido - Volverás a Alemania, volverás a ver a tu mujer, tomaremos cerveza juntos...

No podía creerle. Aun encontrando la salida de la gruta, no sobreviviríamos al frío de la montaña, ni encontraríamos el modo alguno de regresar a Alemania. Pasamos más de diez, doce (ya no lo sé a ciencia cierta) horas en la gruta a oscuras, iluminados tan sólo por la débil esperanza que desprendía una pequeña linterna. Nos atemorizaba la idea de que las criaturas hubiesen acusado nuestra huida. Nos iban a dar caza, como a animales. Las grafías y las imágenes de la cueva parecían haber aumentado de tamaño durante nuestro paso y burlarse de nosotros. A punto de sucumbir a la más absoluta de las desesperaciones, vislumbramos una cortina de luz que nos hinchó el pecho con fuerzas renovadas. Aún podíamos sobrevivir. La capacidad de supervivencia del ser humano es infinita.

Apenas nos sosteníamos en pie cuando conseguimos finalmente vislumbrar la entrada de la gruta. El capitán me ordenó continuar solo

Sigue tú, yo no lo voy a conseguir, tú podrás sobrevivir sin mi carga - Bauer sangraba abundantemente y el temblor de sus piernas apenas le permitían andar. Apenas un poco más y seríamos libres. Pero una oscura sombra ya nos estaba esperando y taponaba nuestra única salida.
¡Von Schloßbaum! -grité encolerizado, dispuesto a plantarle cara, aunque fuese lo último que hiciese en esta vida.

Fácilmente, de un fuerte manotazo, se deshizo de mí lanzándome contra una de las paredes. Mis costillas se partieron, desgarrándome por dentro. El dolor era insoportable y mi cabeza aturdida por el golpe apenas reaccionaba. Mientras tanto el capitán había conseguido distraer al barón enzarzándose con él y al mismo tiempo posibilitándome la salida al exterior. El ser ahora de aspecto humano se deshizo de una dentellada del débil capitán y estaba dispuesta a acabar también con mi vida cuando se paró en seco, apenas a seis pasos de mí, al desviar un detalle su atención. Acurrucado cual trapo viejo el bueno de Oskar iba a jugar su última carta. En sus manos portaba una granada extraída de la vieja mochila.

- No permitiré que se lleve a Alemania todos estos conocimientos, barón. Esta vez no va a salirse con la suya. Maldita sea, han muerto hombres por su avaricia, ¡mis hombres, maldito hijo de puta! No permitiré que abandone con vida esta montaña Herr Kommandant. -le gritaba un moribundo Oskar Bauer, mientras que con las pocas fuerzas que le quedaban tiraba de la anilla de su granada y me gritaba - Corre, Klaus, corre y recuerda, recuérdalo, escríbelo todo. No permitas que la muerte de nuestros compañeros no sirva para nada. 

Empecé a correr hacia la salida, cuando la explosión de la granada reventó mis tímpanos y me catapultó al exterior.

La explosión destruyó la entrada de la gruta y provocó un alud que nos sepultó a von Schloßbaum y a mí. Recuerdo sus maldiciones, huyendo, llorando como un niño y después la helada negrura. Había fracasado antes de partir, víctima de los caprichos del destino. Finalmente, el sacrificio del capitán había sido inútil. Mis últimos pensamientos antes de desmayarme, atrapado por la veloz lengua de nieve, fueron para él y sus últimas palabras “Recuerda”.

Recobré la conciencia días después al cuidado de unos monjes budistas. Me recogieron delirando, semi desnudo apenas seis kilómetros de la entrada. No encontraron a nadie más. Irónicamente mi diario con su esvástica grabada en la portada les inspiró confianza a los monjes. Se asemejaba a un símbolo del pueblo tibetano. Me acogieron en su templo.

Jamás me atreví a regresar mi vista a la montaña y desviaba mi mirada al cielo. Aleatoriamente durante años las luces volvieron a aparecer, susurrándome con su presencia que ellas seguían ahí, que me esperarían lo que hiciera falta. A mí ya no me quedaba nada de mi vida anterior excepto mi diario. Lo había perdido todo. Nadie sabría jamás de nuestra expedición. No podía documentarla. Debido a mi avanzado estado de congelación los monjes se vieron obligados a amputarme casi todos los dedos de los pies. Al ser extranjero, y con el fin de que jamás revelara la localización de su sagrado templo, me cortaron la lengua. Mudo entre monjes que no entendía. Incapaz de valerme por mí mismo. Durante años permanecí a su cuidado, aprendiendo de ellos, de su sencillez. No tuve valor para volver a Alemania y enfrentarme a un consejo de guerra. Lo que más amaba, mi mujer y mi pequeño sólo estarían a salvo del III Reich, dándome el Estado por muerto. Habiendo muerto por Alemania. Era un precio pequeño comparado con la vida de mis seres queridos. Con el tiempo los monjes me permitieron que me marchara. Decidí recluirme voluntariamente en el monasterio y abandonar mi idea de huir. 

El III Reich perdería la guerra meses después. Sentí una inmensa tristeza cuando me lo comunicaron hacia la década de los setenta. Millones de personas muertas por la soberbia de unos y el orgullo de otros. Asesinadas, por una guerra que aún hoy no entiende nadie. Me prometí no volver a Alemania. 

A principios de los noventa, incumpliría mi promesa y volvería a Berlín, tras la caída del muro. No me había atrevido a volver antes. Busqué afanosamente mi anterior casa, pero la calle entera había desaparecido bajo los bombardeos de la aviación aliada. Mi mujer Maren destrozada por una bomba en la cola del pan y el pequeño Konrad sepultado vivo al desplomarse un sótano poco antes del fin de la guerra junto a mi hermana Andrea. Ella, en un fútil intento de protegerle con su propio cuerpo de los cascotes, moriría junto a él. Sólo fueron unos números más en la larga lista de víctimas civiles.

Hoy apenas siento nada. El tiempo transcurrido y los horrores borraron de mi alma cualquier atisbo de esperanza. Y si no hubiese sido por las amarillentas fotos de algunos vecinos apenas recordaría el rostro de mi dulce mujer y de Konrad. El destino caprichoso, donde los haya, incluso me negó las lágrimas. Estaba decidido a enfrentarme a la verdad y exponer después de tantos años finalmente a la luz pública la misión. Ningún periódico me creyó e incapaz de documentar nuestra expedición, terminaron burlándose de mí. Los bombardeos durante la guerra a Berlín, como los posteriores saqueos de los rojos durante la entrada al Reichstag y todo el secretismo posterior de la STASI terminaron por sepultar la poca información que quedaba. Llegue a leer meses después que cuando los rusos entraron en una de las sedes de la Ahnenerbe en Berlín, varios soldados de raza mongola sin distintivos de ningún tipo fueron encontrados muertos y tendidos en el suelo formando un círculo portando extrañas dagas.

Me hicieron falta más de cuarenta años para volver a pisar Alemania, para no poder cumplir el único cometido digno de mi vida. Algunos periódicos sensacionalistas me entrevistaron sólo para mostrarme al mundo como un tarado deseoso de fama. Nadie me ha creído nunca. Un semanario en particular confirmaba en primera plana que era el gran fraude del siglo XX, que no existía ninguna prueba de la misión ocultista de la expedición. Reconocían sin embargo la existencia de una antigua expedición naturalista desaparecida tras un alud. Mi figura quedaba ridiculizada a un viejo enfermo deseoso de fama y dinero. Incluso yo he empezado a dudar de la veracidad de mi historia. Tan sólo mi cuerpo sobrevivió a las montañas. Mi corazón y mi alma murieron mucho antes en el Himalaya. Aún deben estar ahí. Incluso mi memoria, única virtud de la cual siempre he presumido, empieza a fallarme. Creo reconocer en todas partes al barón. Como si hubiese sobrevivido él también a la misión. Ni siquiera después de tantos años, después de tantos kilómetros, he podido librarme de él.

Me he vestido con mi mejor traje y me he tumbado en la cama de la forma más digna que me ha sido posible. Sobre mi pecho he cruzado las dos únicas fotografías que tengo de mi familia y de mis compañeros. He cerrado todas las ventanas y bajado las persianas, tengo miedo volver a ver las luces. El gas del horno lleva explorando lentamente mi habitación hace algunos minutos. Empiezo a sentir mucho sueño y creo que descansaré los ojos un poco. Mis lágrimas empiezan a brotar. Tengo frío. De algún modo, el frio me hace recordar aquellas malditas montañas.

Ya pronto me reuniré con mis seres queridos, con mis compañeros.

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Comentarios

  1. Una historia muy interesante, me gusto mucho, espero la siguiente con ansiedad 😉

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  2. La sensación de estar leyendo un clásico con el suspense al que nos tiene acostumbrados Luis.

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  3. Tuve la ocasión de comentar el relato mientras lo iba retocando el autor y me sorprendió la cantidad de hechos reales que hay en él. El ocultismo de Hitler, la expedición al Himalaya, el valle con los cadáveres... El relato está muy bien escrito, engancha y deja ganas de más. Lo recomiendo 100%.

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    Respuestas
    1. Si no fuera por Klaus, este segundo relato sería mucho menos atrevido, peor. Gracias!

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  4. Me ha gustado mucho ,bien documentado.No sabía que los hermanos Fernández escribieran también, cada uno con diferentes estilos👏👏👏👏👏👏

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  5. Está muy bien documentado, ameno en su lectura.
    El marqués.

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  6. No sabía las cualidades de mis hijos.Contento con vuestros escritos.👏👏👏

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