Translate

Almas perdidas en la ceniza - Parte 4 de 10 - Luis Fernández


Relato Cuatro - La habitación

Nunca me han gustado los hospitales. Eso ya lo sabes, ¿verdad?

Nunca me ha gustado el particular olor que desprenden. Es aséptico e impersonal. Así mismo están imbuidos de ese blanco tan frio que se te cala hasta los huesos. Siempre hace frío, incluso más frío que en las iglesias. Y eso ya es decir mucho. Tampoco me gustan sus tristes pasillos, repletos de desesperación, respiraciones entrecortadas, miradas huidizas y lágrimas reprimidas. Aquí la vida siempre transcurre a cámara lenta. Es todo tan irreal y demasiado silencioso. Es como un sueño, pienso que en cualquier momento despertaré y que mi cabeza negará la existencia de estas construcciones edificadas, inmensas antesalas del sufrimiento humano. Pero eso también ya lo sabes. Mientras avanzo por el pasillo en semipenumbra, los fluorescentes parpadean intermitentemente, me percato que no estoy solo. Un espectro humano de ojos perdidos y alma derruida se acerca por el fondo del corredor. Él es extraño, no parece de este mundo. Levanta la mirada y de algún modo me reconoce. Yo nunca le había visto con anterioridad. Me juzga con su mirada. Sabe quién y qué soy. No evita mi presencia y pasa por mi lado. Siento un escalofrío. Él desaparece en la oscuridad del otro fondo del pasillo mientras los fluorescentes vuelven a recobrar su potencia.

No debería estar aquí, el horario de visitas murió varias horas atrás, pero las normas nunca me han importado demasiado. Bastaba que me prohibiesen hacer algo para que, enrabietado, hacerlo poco después. Eso me hace sentir siempre poderoso. Ajeno a todas las normas de los demás. Busco tu habitación. La puerta está cerrada y al abrirla me inunda tu olor. Amago una sonrisa y pienso que no han podido ocultar tu esencia, ni debajo de toneladas de limpiador sanitario. La habitación respira pausadamente contigo, quizás algo más camuflado, quizá algo más diluido, pero sigue oliendo a ti. Me quedo de pie, sin atreverme a pasar el umbral de la puerta. Finalmente me armo de valor, la cruzo y me adentro en el dolor de enfrentarme a ti. En silencio me siento al lado de tu cama.

No tienes buen aspecto. Una bombona de oxígeno monta guardia a tu derecha y una luz intermitente me guiña tristemente desde la izquierda. Una triste ventana languidece en la pared. Fuera está lloviendo y sólo el suave tintineo de la lluvia, una sirena distante y los ocasionales relámpagos rompen el manto del silencio. Tu respiración es débil, pero al menos constante. Tu rostro, siempre bello, se encuentra sepultado bajo toneladas de vendas. Intento hacer un chiste, diciendo que pareces una momia, recordando lo poco que te gustan las películas de terror y como te abrazabas a mí en el cine cuando las veíamos. Te acaricio la mano. Pensé en no venir mil veces de camino al hospital, mil veces estuve a punto de darme la vuelta. Y ahora estoy aquí sentado junto a ti. No sé ni siquiera si me puedes oír, bajo todo el sedante que te han administrado. Tengo tu informe clínico. Es confidencial. Para ya sabes lo que opino de las normas... te encuentras grave pero estable.

He venido a decirte todas aquellas cosas que nunca tuve valor antes a decirte. Por miedo, por despecho, por cobardía. Como si amar a una persona fuera pecado, y tuviera que rendir cuentas al resto de la humanidad por pensar en ti a todas las horas. Como si yo no tuviera derecho a ser feliz, como si el único derecho al que podía aspirar era sentirme vacío y muerto. Como si no te mereciera. He venido a decirte que lo eres todo para mí.

Recuerdo el parque dónde nos conocimos, el cabezazo que nos dimos al ir a beber a la misma fuente. En lo estúpida que pensé que eras. En el momento en que tus ojos se cruzaron con los míos y como una corriente de más de mil vatios me recorrió todo el cuerpo. Nos sentamos en la fresca hierba del parque con dos chichones, riéndonos, y al rato ya hablábamos de otros lugares y países. Ahí lo supe. Necesitaba entrar en ese mundo, en tu mundo. Explorar a la persona que me hacía sentir tantas cosas en tan poco tiempo. Entrar en tu maravillosa soledad. No podía evitar sentir envidia de todas aquellas personas que te conocían, de tus padres, de tus hermanos que por ser parte de ti, disfrutaban de tu amor incondicional, sin haber luchado apenas por él nunca. Ellos habían disfrutado del tiempo contigo, cosa que yo no había hecho. Tenía celos por no disponer yo ya de ese tiempo, no poseer todavía tu amor. Nos despedimos poco después, sin concretar nada más. No tuve el valor de parar el autobús y gritarte que quería volver a verte.

Semanas más tarde nos volvimos a ver en un tren. ¡Qué casualidad! dijiste. No me atreví a confesarte que no era casual. Todos los días anteriores estuve en el parque buscándote, esperándote bajo mil inclemencias. No falté ningún día a mi imaginaria cita. Lamentando no haberte besado aquel mismo día. Acostándome durante muchas noches pensando en ti acariciando tu cara. Y ya cuando tras otra tarde fallida, cogí el tren, tuve suerte. Nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida ¿te acuerdas? Me invitaste a acompañarte a casa. ¿Qué atrevida, ¿no? Me temblaron las piernas e intentaba disimular diciendo que eran agujetas del gimnasio. Ya ves tú. Cuando en realidad mi pecho se estaba desbocando. Te reíste. Mi mundo se iluminó de mil colores. En ese instante me di cuenta de que toda mi vida anterior antes de conocerte apenas tenía valor. Empezamos a vernos más a menudo. Las horas a tu lado volaban, no existían, Y cuando más tiempo pasaba a tu lado, más me enamoraba. Me moría por besarte, acariciar tus cabellos, tocar tu cara.

Tú no estabas bien, tus anteriores relaciones te habían marcado profundamente. Eras un alma rota desengañada. No querías nada serio. Me valorabas como amigo. Creías que ya no encontrarías el amor junto a nadie. Estabas dolida. Pero yo aún albergaba alguna esperanza, aun estando inundado de miedo. Miedo a volver a confundirme, miedo a querer empezar demasiado pronto algo que no podía ser más que una atracción pasajera, miedo al rechazo. Pese a mi terror, durante las siguientes semanas fui la persona más feliz del mundo. Feliz de poder estar contigo un día, una hora, un minuto más. Pero mi miedo me acechaba. Mi miedo a fracasar, a terminar estropeándolo todo. Me carcomía por las noches. Tenía miedo ser feliz junto a ti y de algún modo terminar estropeándolo todo. 

Durante un tiempo pensé que esta relación de amistad funcionaría, que realmente al final conseguiríamos vencer todas nuestras barreras y quedaríamos en pie. Que ingenuo, que estúpido. Como si la vida fuera tan fácil. Como si quererse fuera suficiente. Lo intenté, ¿sabes? Con todas mis fuerzas, con toda mi alma. El miedo siempre ha vivido en mis ojos, ellos nunca te pudieron engañar. No es fácil expresar en palabras muchas veces lo que se siente. He intentado evitar ser patético toda mi vida. Desgraciadamente, para mí, es muy fácil serlo. El miedo es una marea que lo arrastra todo. Puede ser baja o alta, pero terminará barriéndolo todo a su paso.

Mis dudas terminaron por hundirte, y empezaste a decir que era mejor que dejáramos de vernos. Te recordaba demasiado a otras relaciones tóxicas. Querías irte de aquí. Dejarlo todo atrás. Dejarme a mí. No soportabas el eterno dolor de mis ojos. Ya no. Yo no estaba de acuerdo. Yo quería que lo nuestro funcionase, lo que fuera que tuviéramos, aunque tampoco supiese cómo.

Entiendo la necesidad de plantarse muchas veces. Otra cosa distinta es que me guste. Me dices que ya no confiabas en mí. Que no era sincero, que tenía una oscuridad interior. Que me querías como un amigo. Como un hermano. Yo nunca te dejé de querer ¿sabes? Nunca. Nunca te odie, ni aun cuando decidiste romper nuestra relación con lágrimas en los ojos. Fue una encerrona, no me atrevía a hacerlo yo y te preparé el camino minuciosamente con mis desvanes y malos modos. Para que fueras tú quien tomara la decisión. No quería ser yo. Nunca te lo dije y te dejé marchar. Por puro orgullo y despecho te dejé de llamar durante años. Tampoco te respondía a tus llamadas, aunque no dejara de amarte ni un solo día.

Estuve en tu boda ¿sabes? No me viste, claro. Estabas radiante. Sentía envidia, muchísima envidia. Y tuve que contener mi alma para aguantar hasta el final, cuando todos mis instintos me gritaban que no hacía falta martirizarme tanto, que debía olvidarte, que debía seguir viviendo sin ti a mi lado. No dormí nada esa noche, pensado que estarías besándote y haciendo el amor con él. Resignado a mi suerte. Cuando dijiste el “Sí, quiero”, mi corazón estalló en llamas y aún hoy permanece carbonizado en mi pecho. Hubiese dado toda mi vida por haber estado en lugar de Javier. Nunca lo supiste, nunca te lo dije. ¿Hubiese cambiado algo si lo hubieses sabido? No lo sé. Tendré que vivir con ello el resto de mi vida. Vivir pensando en mi falta de valor para decirte que seguía enamorado de ti. Que nunca desee perderte, que eras la única cosa buena que me había pasado en mi vida. Que fui un cobarde.  Pero hoy encontré las fuerzas para decírtelo. Que ya no tengo miedo. Voy a luchar por ti, me da igual que estés casada. Estoy harto de ser infeliz. No quiero vivir sin ti, no quiero que mi corazón palpite ni un momento más si no estoy contigo.


Esta amaneciendo y no quiero que me descubran aquí. Volveré mañana cuando los pasillos se oscurezcan. Saldrás muy pronto de aquí. Seguro que sí. Quizá no hayas podido escuchar nada de lo que te he dicho, pero necesitaba decírtelo. No quiero volver a renunciar a ti por nada del mundo. Necesito volver a verte de pie, volver a verte sonreír. No quiero verte triste. Tu único ojo al descubierto está llorando. No estés triste. Ahora sé que fui un estúpido al no luchar por ti. Toma este beso, guárdalo, es el primero de otros muchos que te daré, si me lo permites. No quiero perderte. Te quiero.

Isabel murió horas después.

Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0
Registro SafeCreative 2108248960518

¡No te pierdas la quinta parte, pulsando el enlace y descubre las partes anteriores del puzzle en los enlaces a continuación!

Parte 1 - El vagabundo / Parte 2 - La expedición / Parte 3 - La cita

Booktrailer quinta parte - El sanatorio





Comentarios

  1. Relato que te deja mal cuerpo. Por el sufrimiento de las personas, las oportunidades perdidas y el tiempo pasado que no se recupera. Deseando leer más.

    ResponderEliminar
  2. Siempre intrigante. Espero resolver el puzzle final.

    ResponderEliminar
  3. Te deja un poco de mal sabor de boca, por eso es un buen relato, saca tus emociones, muy bueno, esperando que saques el próximo con expectación

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza