Translate

Almas perdidas en la ceniza - Parte 5 de 10 - Luis Fernández

 



Relato Cinco - El sanatorio

Aún me parece verla en pie.

Inmensa, construida en fría y negra piedra extraída desde las mismas entrañas de la tierra. Desafiando al cielo. Y recuerdo también sus afiladas torres, sus interminables ventanas enrejadas, el aspecto ceniciento de sus inquilinos.

Era ya tarde cuando me personé por primera vez en la gran casa. El taxi me dejó en la misma entrada, a escasos metros de la negra verja. Busqué en vano el timbre para anunciar mi llegada durante algunos minutos. Sólo meses más tarde constataría que simplemente nadie reparó en instalar uno. Tenían razón. Nadie vendría nunca a ver a estos residentes. La verja estaba abierta. No recuerdo haberla visto abierta nunca más en toda mi estancia. Recorrí la avenida arbolada que separaba la verja del edificio. Se encontraba la entrada de la gran casa a unos buenos diez minutos. Aún puedo recordar el sonido del crepitar del manto de la hojarasca seca al pisarlo que me señalaba el camino a la casa, cómo el viento del norte me obligaba a levantar el cuello de mi gabán infinidad de veces hasta las orejas, el peso de mi maletín, de cómo la fría brisa me calaba hasta el alma. Jugaba con el mechero de mi bolsillo del pantalón tratando de encontrar un ancla con la realidad. Había dejado de fumar años atrás, pero el constante jugueteo con este objeto calmaba mi inquietud. El majestuoso aspecto de la edificación, a la par desaliñado e imperial, me hace recordar aquella tarde de otoño con especial viveza, como aquella fotografía que nunca olvidamos. Transpiraba todo el edificio un hedor que aún hoy no he conseguido desprender de mi piel. No había vida allí dentro, tan sólo un inmenso manto de locura e histeria flotaba en el aire a partes iguales. No he visto el infierno, ni espero verlo nunca, pero, de existir, no distaría mucho del Sanatorio Mental Eguidazu. Antiguamente fue un sanatorio para tratar la tuberculosis, para convertirse décadas más tarde en un sanatorio mental. En las clases altas abundan los pacientes neuróticos, la debilidad mental es tolerable, en cambio, la debilidad del carácter, no. Avergüenza a las familias. No interesa y se oculta. Y lo que se debe ocultar, se paga bien. Eguidazu te metía el frío hasta los huesos. Te aferrabas a la cordura porque era demasiado fácil no hacerlo. Recuerdo que en las charlas a la hora de comer entre compañeros bromeábamos con el nombre de la residencia, cuando en realidad no era más que un gris manicomio de provincias, abandonado por las autoridades, el último reducto de cordura para aquellos que hacía tiempo lo habían perdido todo. A lo largo de mi vida profesional he tratado con muchos enfermos, dementes y esquizofrénicos, pero sin duda alguna aún hoy me pregunto cómo fuimos capaces de encerrar y tratar de entender durante años en aquella celda acolchada aquel paciente que afirmaba ser Dios.

Acababa de mudarme al pequeño pueblo de al pie del acantilado, cuando me propusieron recalar en el Psiquiátrico Eguidazu en lugar del Hospital al cual me habían destinado. Yo aún no había terminado la carrera, pero desesperados como estaban por la falta de personal, me ofrecieron el puesto con la promesa de que terminara los estudios a corto plazo. Estando, como estaba, recién casado y con una niña en camino, la oferta se me antojaba, económicamente, y por qué no laboralmente, ventajosa. Al principio me asignaron psiquiatrías bastante simples. Pacientes con traumas infantiles fáciles de intuir y remediar, mendigos deslavazados mentalmente por culpa de sus excesos o jovencitas entristecidas por la falta de afecto. Lo que llamábamos „pacientes turista”. Por supuesto que nuestra fauna era mucho más amplia, pero sobre todo me llamaba la atención poderosamente, el inquilino de la celda de aislamiento de la torre norte. Afirmaba ser Dios. Rara era la noche que no se le oyera gritar o llorar indistintamente, razón por la cual se le aisló del resto de los pacientes en la torre más alta. Abandonado del resto.

Nadie quería hacerse cargo. Era un caso perdido. Permanecía en aislamiento desde el invierno pasado y el último doctor que le atendió, falto de interés o quizá saturado de trabajo, abandonó su tratamiento al poco tiempo. No atendía a medicación alguna, y su comportamiento, al principio afable, se estaba volviendo cada vez más agresivo con el transcurrir de los meses.

La curiosidad ha sido siempre mi acérrimo enemigo a la par que mejor amigo. Eso unido al escaso interés de mis compañeros, hizo que, al cabo de apenas cuatro meses, ya hubiera conseguido que el director del centro estudiara mi propuesta de hacerme cargo del paciente, aunque, a priori, su patología excediese mi experiencia. Había disfrutado de cierto éxito, en mi corta estancia en Eguidazu, tratando otros casos. Célebre y muy comentada fue la recuperación de un paciente que se creía invisible sólo cuando nadie le observaba. Por eso no me plantearon demasiadas trabas a la hora de asignarme el caso. Estaba expectante, cuál jovencito en la primera cita.

Se llegaba a la torre norte por unos pasillos interminables, vagamente iluminados por una instalación de luz de gas. Me acompañaba Natxo, un enfermero, castigado a portar un llavero tintineante de dimensiones colosales. A medida que avanzábamos Natxo, grande como un oso, de mejillas encendidas, me distraía con su habitual charloteo.

- Aquí no viene nunca nadie. Las chicas apenas limpian esta parte del edificio. Total, aquí no quedan muchos residentes y tampoco es que salgan mucho a tomar el sol. A mí me gusta, es la parte más silenciosa de la residencia. Como solo está Dios en la torre, la comida siempre se la traigo yo, a las chicas les da un poco de grima, ¿Sabes? Antes hablábamos, era divertido, pero ya casi nunca me dice nada. Debe ser un tío muy listo, sabe un montón de cosas, y eso que está en aislamiento desde el invierno pasado. No nos está permitido entrar y la comida se la paso por la rendija inferior de la puerta. No hay luz dentro. Da un poco de mal rollo, pero uno se termina acostumbrando. Si quiere verle tendrá que utilizar la linterna. ¿Cree usted que podrá curarlo, Dr. Goikoa?

No quise entrar en otra charla interminable sobre la validez real de la rehabilitación a ojos de la sociedad de los enfermos mentales, así que rápidamente desvíe el tema.

- Por favor, no me llames por mi apellido, llámame, Mikel, ¿Quién más está internado? ¿En la parte sur? ¿El Diablo y su séquito? -dije irónico.
- Pues casi, hay más gente. Pero el más notorio es un tío loco que se pasa día y noche gritando a pleno pulmón. Su novia sufrió un derrame y se quedó postrada como un vegetal. Él la visitaba al hospital a diario, pero en algún momento se volvió loco y se la cargó en el hospital. Después se dedicaba a visitar a enfermas terminales a escondidas en los hospitales. Les soltaba el rollo de qué siempre las había amado en secreto aprovechando que no se podían mover, y después de un tiempo se enfadaba con ellas. Entonces las mataba a sangre fría. Su abogado le pudo salvar de la cárcel por los pelos y le ingresaron aquí. No creo que salga de aquí nunca.
- ¿No te han dicho nunca que no se puede utilizar la palabra loco en un sanatorio? -pregunté hojeando distraídamente el expediente del nuevo paciente mientras caminaba.
- No, ¿Por qué?, están locos, como putos cencerros. ¿Qué hay de malo en decirlo? -respondió Natxo campechanamente encogiéndose de hombros.

Esgrimí una sonrisa durante el resto del pasillo hasta la escalera de caracol que habría de llevarnos a la celda más alejada del recinto. El piso estaba húmedo y olía a moho. Natxo me acompaño hasta arriba y me mostró la celda. La Suite Celestial, pensé fugazmente. Un atronador descerraje de la parte de la tronera me mostró lo que me temía. Acurrucado cual perro yacía en el suelo el expediente número EQ 465. Vestido como un mendigo, de tupida barba, de porte vulgar. Si aquel desgraciado era Dios, desde luego no estaba pasando por su mejor momento.

- ¿Gorka? ¿Me oyes? -pregunté.

Algunos de mis compañeros de gremio no aprueban la metodología de tutear a los pacientes de inicio. Les parece irrespetuoso. Prefieren un trato más distante, imponer un patrón más profesional, más serio y alejado, que la línea entre paciente y médico se encuentre marcada desde el principio. Alegan que el tutear acerca al paciente más rápidamente al círculo de amistad del médico, pero lo aleja de la posible terapia al hacer al examinador más vulnerable.

- Sí - respondió una casi afable voz - Te llevo esperando desde hace mucho tiempo, Mikel - levantándose de inmediato y acercando su rostro a la tibia luz que desprendía el visillo de la puerta - ¿Cuándo empezamos mi tratamiento?

Mi sorpresa fue tan grande que hube de apartarme de la puerta de un salto, y si no hubiese sido por los fuertes brazos de Natxo habría caído al suelo sin duda alguna – Mañana – balbucee, poco convencido y ciertamente perplejo. Agarré fuerte el mechero de mi pantalón. No dormí apenas aquella noche, pensando de qué modo sabría Gorka mi nombre si hacía tiempo que no hablaba con nadie y tampoco se le permitía salir de su aislamiento.

Decidí empezar las terapias en su misma celda y trasladarlas a otra dependencia más adelante en virtud de los resultados. Natxo me abrió la puerta. - Estaré afuera, si me necesitas - y ya a la luz del día pude examinar mi paciente con algo más de juicio. La celda disponía de apenas 3 metros de ancho por 3 de largo. Sus paredes acolchadas, antaño de color blanco, disfrutaban ahora de una tonalidad mucho más oscura. Una pequeña rendija hacía las labores de ventana o de respiradero. La ventana original debía haber sido algo más amplia, pero posteriores modificaciones la habían trasladado a la mínima expresión. Olía toda la celda a una mezcla insoportable de orina, heces y sudor. El paciente se encontraba tranquilo y Natxo le había vestido con una camisa de fuerza para impedir males mayores de forma excepcional.


- Gorka, no puedo negar que me impresionaste la otra tarde. No esperaba... -comencé a exponer cuando de manera brusca me interrumpió el paciente.
- ¿Que supiera tu nombre, que supiera que fueras a venir? -concluyó Gorka.
- No. Eres ciertamente un hombre muy hábil. Pero la explicación es algo mucho más mundana si se reflexiona un poco. Sabías de mi nombre porque se lo comenté al enfermero camino a la torre. Al residir tú sólo en esta parte de la casa, la acústica es más amplia y sumándole unos sentidos más agudizados por la soledad, dan un resultado mucho menos sorprendente. No eres especial.
- Por supuesto, la parte racional del médico. Es lo que os ata al mundo. ¿Cómo admitir que hay fenómenos, gente a la cual no le encontráis explicación? Como me gustaría veros suplicar por un poco de cordura, como me gustaría restregaros toda vuestra débil sapiencia por los morros. Yo ya sé lo que eres, lo que pretendes, todo lo que me dices, está de algún modo dentro de mi cabeza… lo sé de antemano.
- Gorka, debemos encontrar un camino conjunto. Charlaremos sobre algunas cosas, te haré algunas preguntas. Vamos a intentar que te encuentres mejor y que puedas abandonar en una primera fase tu aislamiento y después, poniendo un poco de tu parte....
- ¿Quieres saber algo, querido Mikel? No existes, toda tu existencia, todo lo que me dices, tu amada familia que en realidad no existe, es resultado de mi imaginación. En el momento que yo quisiera dejarías de latir. Las paredes se desdibujarían, el sol dejaría de brillar. Todo dejaría de tener sentido, excepto para mí.
- ¿A qué esperas entonces, Gorka? Hazme callar, si tan grande es tu poder -respondí desganadamente.
- Ahora no me apetece. -sopló desganadamente Gorka, mesándose la poblada barba.
- Claro que no, quizá no seas tan poderoso después de todo -replique, levantándome de la silla. Se me estaba levantando dolor de cabeza.
- Yo soy Dios, quizá no el Dios cristiano que crees conocer, pero si el hacedor de todo lo que transcurre en este mundo. Nada ocurre sin mi permiso, nada acontece sin que lo sepa. Incluso tus locuaces replicas son respuesta directa de mi mente. Me replicas porque yo quiero que sea así. Yo ya sé lo que me vas a responder, me conozco tu papel de sobra. No eres más que un mal actor en mi teatro de variedades.
- Es tarde, Gorka, y no creo que podamos avanzar algo aun hoy. Quizá deberías encontrar alguna inspiración algo más terrena, de lo contrario seguirás aquí... solo. Corrijo… retirado voluntariamente. -sin más dilación, cerré de golpe mi libreta, recogí mis papeles y llamé al enfermero a que me abriese la puerta de la celda con una sola idea fija."Más medicación".

Las siguientes sesiones fueron una acumulación de palos de ciego. Había días que simplemente la representación terrenal de Dios no contestaba a mis preguntas, otras en los que se hartaba a insultarme sin motivos aparentes y muchas otras en las que me sorprendía con detalles de mi vida privada que yo mismo apenas recordaba.

No volvería a la terapia con el paciente EQ 465 hasta pasadas varias semanas, justo tras el incidente de la muerte del residente de la torre sur. Algunos días antes le había venido a visitar un familiar lejano. Llamaba la atención este familiar por sus extraños ropajes atemporales. A la mañana siguiente, Natxo le encontró muerto de espalda a la puerta de su habitación, arrodillado, como si quisiera huir de la luz. Había escrito un extraño nombre en la pared con su sangre. Baba Yagá.

Durante las vacaciones de invierno, nos quedamos bastante justos de personal y apenas disfrutaba de tiempo para mi familia, saturado como estaba de trabajo. A finales de diciembre, una fuerte ventisca reventó el sistema eléctrico y nos quedamos aislados durante dos días. Las noches se pueden hacer muy largas en un psiquiátrico. El trabajo diario en Eguidazu se tornaba imposible. “Así se le enfrían las ideas a más de uno”- se jactaba Fermín, el director del centro. Aún no le había confesado que no tenía intención alguna de continuar mis exámenes a corto plazo. Algunas veces, cuando nevaba con fuerza en el exterior, café en mano, y fumándome un cigarrillo, miraba por las ventanas, y me preguntaba dónde empezaba el mundo real, de puertas para afuera o de puertas para adentro.

Cada vez me costaba más encontrar las palabras adecuadas para el paciente y en lugar de armarme de paciencia y compasión, más tenso y malhumorado me hallaba.

- ¿Cómo estamos hoy, Gorka? -pregunté, a la vez que desparramaba mis notas en la pequeña mesa. Gorka no se había movido del suelo todavía y permanecía inalterable, ajeno a mi presencia. Estaba todavía buscando mis lápices, cuando finalmente me respondió - En el bolsillo izquierdo de la bata, Mikel.
- No, no está aquí, he debido dejármelo abajo -mentí, mientras empujaba el lápiz hasta el fondo del bolsillo.
- No me puedes engañar, Mikel. Recuerda, soy Dios -ironizaba Gorka.

Sin duda alguna, Gorka, debía ser una persona muy deductiva. Siendo zurdo como soy, era muy lógico que guardase mis lápices siempre en el mismo lado de la bata. Aparte que habiéndome tanteado toda la bata era el único lugar que en dónde no había mirado. Cuestión de retentiva. Conocimiento universal desechado.

- ¿Sabes cuánta gente me ha dicho lo mismo? ¿Que era Cristo reencarnado, Lucifer, el presidente de los Estados Unidos, un ser extra dimensional o el ratón Mickey? Infinidad, ¿Por qué habría de creerte a ti? ¿Qué te hace ser mejor que ellos? Todos ellos eran enfermos, gente muy confundida y desorientada, pero en algún momento dado quisieron dejar de engañarse a sí mismos y aceptar su condición. Tú, simplemente no quieres integrarte, no quieres curarte. Prefieres vivir en tu mundo de fantasía, absorto en tus pensamientos, creyéndote por encima del bien y del mal. Quiero ayudarte, Gorka, pero no puedo hacerlo si no me dejas.
- ¡Yo no soy como los demás, ni estoy enfermo! ¿Cómo pretendes compararme con esa pandilla de tarados que tenéis a vuestro cuidado, Mikel? -me gritó Gorka.
- ¿Y no crees que, para ser Dios, tienes muy mal carácter? ¿Dónde se queda todo aquello de la indulgencia, de la tolerancia, del amor al prójimo? ¿O acaso no eres más que un simple enfermo que se niega aceptar su propia mortalidad, su relativa insignificancia en este triste mundo?
- ¡Mientes! Me pones a prueba con tu cháchara de matasanos, intentas confundirme.
- Cuando algo no te interesa, miente, cuando se te replica, callas. Gorka, debes empezar a dejar de ocultarte. Debes expulsar todo tu dolor y enfrentarte a tu verdad, por muy dolorosa que pueda llegar a ser. Piensa bien hasta dónde quieres llegar. Pensar, es lo único que puedes hacer aquí arriba y mañana volveremos a hablar.

Ordené a Natxo que me abriese y sin mirar atrás me encaminé a las escaleras. “Más medicación”.

Estaba perdiendo la paciencia. No apreciaba cambio alguno en su actitud. Y las siguientes sesiones no fueron mucho mejores. El paciente seguía recluido en su castillo y mi táctica de choque no estaba dando ningún tipo de resultado. El director de centro me preguntaba por mis progresos y siempre terminaba dándole un cuadro clínico alejado de la realidad.

- Dr. Goikoa, si usted no es capaz de dar con un modo de actuación en breve, mucho me temo que deberemos dedicarnos a pacientes menos complejos. No podemos perder el tiempo en sujetos fuera de toda esperanza. De todos modos, el paciente lleva aquí años y nadie le ha reclamado. ¿A quién le importa si perdemos la llave de la torre, a quién le importa que encontremos la cura a su mal? El dinero para sus cuidados sigue entrando todos los meses religiosamente y nadie pregunta nunca por sus progresos. Usted es joven, todavía debe aprender que no se puede salvar a todos los pacientes, no en este mundo, y mucho menos en Eguidazu. Le daré, por cortesía, una semana más.

La semana no llegaría a hacerme falta. El director sufriría un aparatoso accidente de tráfico camino a ver a su amante días después. Los frenos fallaron y su coche se precipitaría a la negra mar. Cuando consiguieron sacarle de las aguas estaba hinchado como un globo. Hasta el nombramiento del nuevo director, se nos indicó que continuáramos con nuestros pacientes “Sine die”.

Decidí estudiar la fecha de su ingreso en la residencia o algún dato que pudiese facilitarme la raíz de su compleja dolencia, el motivo que le impulsaba a creerse Dios. El archivo se encontraba en el sótano y descuidado como estaba, la tarea de buscar un expediente en concreto era tarea casi imposible. Nadie archivaba los expedientes y compartían aquellos, lecho junto a las ratas en grandes cajas de cartón anudadas con gomas cuáles cartas de amor de marineros solitarios. Columnas precarias de información que nadie leía ni interesaba, asediadas por unas bajantes estropeadas, desagües rotos por donde entraban las ratas y grietas por donde se filtraba el agua de lluvia... Una densa capa de polvo cubría los expedientes más antiguos, de aquellos pacientes que nadie se preocupó en estudiar. Era desesperante. Estanterías vencidas por cajas de cartón repletas de expedientes interminables. Más de 30 años de Eguidazu almacenado cual ropa vieja. Sin orden ni concierto. La poca información que pudiese sacar en limpio estaba a meses de afanosa búsqueda. Una torpe mesa de madera y un gato tuerto negro de raza indefinida, autoproclamado dueño de este lúgubre reino de papel, me acompañaron durante demasiadas semanas. Mi imaginaria mujer, Ainhoa me reprochaba mi falta de atención hacía ella y nuestra pequeña, pero era incapaz de sacarme a Gorka de la cabeza. Al cabo de medio año ya casi no nos hablábamos al y dormíamos en camas separadas.

A principios de verano, a punto de abandonar el caso, caprichos del destino, encontré finalmente el expediente del ingreso de Gorka. Dormitaba el gato sobre unas de las estanterías más cercanas a la mesa y al querer acariciarle, tropecé con una de las cajas a ras de suelo. ¿Cómo no me había percatado de ella antes? Anudada torpemente con dos gomas, aparté el expediente encima suyo de un tal Schloßbaum y abrí la caja. Un solo expediente carcomido… Gorka había ingresado por voluntad propia hacía años atrás. ¿Pero qué motivo podía haberle llevado a tomar tan drástica decisión? El expediente estaba incompleto, apenas algunas fotografías en blanco y negro grapadas en las primeras hojas. Pero ahí tenía que estar la clave, delante de mis cansados ojos, los cuales saltaban de línea en línea, hoja a hoja. Hasta que lo encontré. Un detalle, un pequeño detalle. Un nombre, Ania, anotado a lápiz al pie de una de las páginas, apenas visible, pero suficientemente valioso para entrar en el mundo de Gorka.

Con la ayuda del registro de la ciudad, y gracias a algunos contactos que aún mantenía en el Ayuntamiento de la capital, descubriría la verdadera historia de Gorka y de Ania, su pequeña hija de 6 años. La cruel historia de un pescador que un día lo perdería todo. Mi rostro se refugió en mis manos y mis cálidas lágrimas vencieron el dique de mis dedos. La tensión acumulada durante tantos meses al fin había conseguido derrotarme. Lloré a solas junto al ronroneo del gato. Había dado con la llave.

Adelanté mi sesión con Gorka por la mañana. Él ya estaba despierto. Expectante, como si ya supiese, que fuera a ir. Ambos sabíamos que nuestro camino terminaba aquí y ahora.

Respiré profundamente, sabedor que no habría un después de hoy.

- Ania… Cuéntame la verdadera historia -le asalté sin miramientos.
- ¿La has visto? ¿Está aquí? -interrogó un pálido Gorka, de ojos extrañamente iluminados.
- Murió ahogada hace 5 años. Saliste con tu pequeño bote a la mar con ella. Deseabas enseñarle los vivos colores de los peces. La tormenta os alcanzo sin avisar y ella desapareció en la profundidad del océano. Nunca lo aceptaste. Nunca lo pudiste superar. Ésta es tu única y triste verdad. -afirmé victorioso.
- No pude salvarla, Mikel, algo... algo en mi cabeza no lo permitió. Con todo lo que quería a mi pequeña, y no la quise, no la pude salvar. Mi pequeña... -sollozaba el infeliz, refugiándose bajo sus anchos brazos, derrotado en el suelo.
- Gorka, el dolor era demasiado grande para soportarlo solo. Te inventaste un motivo para seguir viviendo, para intentar entender tu pérdida. Te creíste Dios, intentado de que ese modo, te cabría la posibilidad de recuperar a tu Ania, más adelante cuando tú quisieras. Sólo de ese modo, podrías justificar este mundo, podrías mantener el control. No eres Dios, tan sólo eres un padre herido. No fue culpa tuya, la desgracia y el dolor nos alcanza a todos.
- Pero ¿entonces que razón hay para sufrir? Si no soy yo, ¿Quién decide mi destino?¿Quién elige quien debe ser feliz, ¿quién tiene que morir? ¿Quién decidió que mi pequeña muriera? -gritaba un implorante desecho humano. Un vencido Gorka.
- No lo sé. No tengo respuestas para todas tus preguntas. Pero sé que tú no eres Dios y debes aprender a vivir con tu pérdida. No hay otro camino.
- Quizá, todo esto no más que una prueba, quizá es otro resorte de mi mente, o, quizá tú eres Dios y vienes a salvarme... a ponerme a prueba. En eso reside la Fe ¿no? En creer a ciegas, cosas que nadie te puede demostrar, justificar las cosas que nadie entiende, vivir con el dolor, sin volverse loco -sollozaba Gorka.
- No, yo no soy Dios. Soy solo una persona como tú, estoy aquí para ayudarte -mientras trataba de abrazarle. Pero sus ojos ya se habían ido, su cuerpo desplomado y recogido en postura fetal ya no le correspondía.
- No pude.. no pude salvarla. El Mar se la comió....

Gorka, ya no volvería a pronunciar palabra en todos los años que me restaron en Eguidazu. Se le fue suministrando una gran cantidad de medicamentos, pero ninguno le causó efecto. Al año siguiente entraría en un estado vegetativo del cual ya no saldría. Nunca le conté que encontraron el cadáver de su niña a los pocos días de su ingreso en Eguidazu. Los pescadores que encontraron a su niña no recuerdan haber visto niña más guapa, murmuraban entre ellos que olía a rosas frescas y que cuando la encontraron, la mar le rendiría tributo, calmándose durante varias horas. La pérdida de un ser querido puede volverte loco. Toda esta historia me había afectado demasiado. No lograba conciliar el sueño y la eterna duda me estaba royendo como una bala. ¿Y si realmente nada existiera, que todo ocurriese según mis designios, sí todo el mundo actuase en mi teatro imaginario? Todo era un gigantesco sin sentido. Incluso mi imaginaria mujer e hija Olaya ya no me esperaban mudas con mirada inquisitiva en mi apartamento.

Una noche, cuando todo permanecía en silencio, armado con una lata de gasolina, prendí fuego a Eguidazu. Nadie conseguiría salir, ya me había preocupado yo de sellar todas las salidas. Nevaba con fuerza afuera y me hube de arropar con una manta vieja que había robado la noche que le arreglé los frenos al director. Encendí un cigarrillo tras otro. Que grandioso espectáculo ver arder con fuego purificador todo ese engendro del mal en lo que se había convertido la residencia mental. Que liberador. El viento, especialmente furioso de aquella tarde, avivaría las llamas durante horas, e incluso las cenizas alcanzarían el pueblo. La mayoría de los residentes morirían carbonizados en aquella infernal noche. Todavía veo sus cenicientos rostros derritiéndose como cera caliente en sus amuralladas celdas, los gritos que arrojaron al fuego, el chisporroteo de sus cabellos deshaciéndose cual hojarasca seca. La torre norte, alejada de cualquier posibilidad de acceso, ardió solitaria durante horas.

A la mañana siguiente cuando finalmente el fuego remitió, conseguirían finalmente acceder a ella. Al abrir la celda en busca del cadáver de Gorka, no encontraron a nadie.

Una gran mancha azabache, unas pocas piedras negras, y algunos hierros retorcidos son el único indicio de que hubiese existido el sanatorio mental. Dios no existe, tan sólo existo yo. Todos desaparecieron, nadie se salvó. Yo lo quise así. Podría volver a hacerlo, pero no quiero.

- Bien Sr. Goikoa, creo que por hoy ya es suficiente. Mañana seguiremos hablando. Debe usted ser consciente de todo el mal que ha causado. Reflexione sobre sus actos. De otro modo nunca saldrá de aquí, ni volverá a sentir el sol en sus mejillas. Creo que merece la pena pensar en ello.

El Dr. Zarrabeitia se levantó de la mesa, recogió sus papeles y salió de la habitación con una sola idea fija - “Más medicación”.

Relato Cinco – El sanatorio (Final alternativo)

Gorka, ya no volvería a pronunciar palabra en todos los años que le restaron en Eguidazu. Se le fue suministrando una gran cantidad de medicamentos, pero ninguno le causó efecto. A los pocos días entraría en un estado vegetativo del cual ya no saldría. Nunca le conté que encontraron el cadáver de su niña a los pocos días de su ingreso en Eguidazu. Los pescadores que encontraron a su niña no recuerdan haber visto niña más guapa, murmuraban entre ellos que olía a rosas frescas y que cuando la encontraron, la mar le rendiría tributo, calmándose durante varias horas. La pérdida de un ser querido puede volverte loco.

Continuaría en el sanatorio, algunos meses más, pero falto de fuerza para enfrentarme a los pacientes día a día, solicité un cambio de destino. Toda esta historia me había afectado demasiado. No dormía por las noches, y la lejana seguridad desempeñando mis labores se había resquebrajado. Mi mujer, llevábamos separados antes de entrar en Eguidazo, tampoco se había terminado de acostumbrar a mis continuas ausencias respecto a mi hija y solicitó el divorcio. La duda había germinado en mí. No podía ser Dios, pero como explicar entonces tantas cosas. ¿Casualidad? ¿Suerte? No creo en la suerte, ni siquiera en el destino, sería aceptar que mi vida no dependiese de mí. Gorka se había metido en mi cabeza, no sé exactamente como, pero no podía deshacerme de la idea de haber fracasado estrepitosamente en su análisis médico. De algún modo haberle fallado. Al final de aquel año, abandonaría Eguidazu, intentado rescatar mi matrimonio y evitando formar parte de la casa de forma residente.

Eguidazu ardería aquella misma noche. Se sospechó de un cortocircuito originado en el archivo. El sanatorio ardió hasta los cimientos. El viento, especialmente furioso de aquella tarde, avivaría las llamas durante horas, e incluso las cenizas alcanzarían el pueblo. Todos los residentes morirían carbonizados en aquella infernal noche. Todavía me sobresalto al imaginarme sus cenicientos rostros derritiéndose cual cera caliente en sus amuralladas celdas, los gritos que sin duda arrojarían al fuego, el chisporroteo de sus cabellos deshaciéndose cual hojarasca seca. La torre norte, alejada de cualquier posibilidad de acceso, ardería solitaria durante horas. A la mañana siguiente cuando finalmente el fuego remitió, conseguirían finalmente acceder a ella. Al abrir la celda en busca del cadáver de Gorka, no encontraron a nadie.

Una gran mancha azabache, unas pocas piedras negras, y algunos hierros retorcidos son el único indicio de que hubiese existido el sanatorio mental.

Con el tiempo la mera posibilidad de que realmente Gorka hubiese sido Dios me atemoriza todas las noches, e incluso me pregunto cuanta verdad escondía toda su historia. O quizá no fuese más que mi imaginación, y realmente el auténtico Dios fuese yo, y todo lo que me aconteció bien pudiera ser, de algún modo, fruto de mi mente. El cambio de destino del hospital al Psiquiátrico, el accidente del director, cuando pretendía cerrar el caso, encontrar el expediente perdido cuando las fuerzas me instaban a abandonar, el nombre escrito a lápiz en una de sus hojas cuando nadie se había hecho cargo del expediente desde el ingreso de Gorka, el incendio… ¿O quizá todos mis pensamientos y dolor, todo aquello que dije y sentí no fuera más una historia más, quizá yo mismo no sea más que parte de... tu mente?


Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0
Registro SafeCreative 2108248960518

¿Qué final os gusta más? ¡Háznoslo saber con un comentario!

¿Ganas de más? La historia continúa con la sexta parte pulsando el enlace.

Booktrailer sexta parte


No te quedes sin leer las anteriores partes de pulsando los siguientes enlaces:

Parte 1 - El vagabundo Parte 2 - La expedición / Parte 3 - La cita Parte 4 - La habitación

Ya hemos llegado al ecuador de Almas perdidas en la ceniza y se han desvelado las primeras partes del puzzle con el destino final de algunos personajes de relatos anteriores... Os los resumo a continuación:

Los hechos narrados transcurren en dos años consecutivos.

Año 1986
  • La Muerte se cruza con Miguel Ortega de camino a ver a Ana de La cita.
Año 1987
  • Carlos, el protagonista de El vagabundo, vive cerca del sanatorio Eguidazu, y su posterior huida coincide en el tiempo con el incendio del psiquiátrico de El sanatorio.
  • El barón Viktor von Schloßbaum está vivo tras los hechos narrados en La expedición, y formó parte en algún momento de los residentes de El sanatorio.
  • El gato tuerto que aparece guardando el archivo del sanatorio Eguidazu  es el mismo gato de la casa de Baba Yaga de El vagabundo.
  • El asesino de mujeres, Miguel Ortega de La habitación, está ingresado en Eguidazu y muere en extrañas circunstancias, escribiendo en una pared con su propia sangre, el nombre de Baba Yaga, la bruja de El vagabundo.

Comentarios

  1. Genial relato. Me gusta más la vertiente misteriosa que la parte triste de Almas perdidas en la ceniza. Deseando leer más.

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante, cuando finaliza me hace reflexionar..Gracias esperando más .

    ResponderEliminar
  3. Me gusta más el primer final, es más retorcido,espero que nos des más material

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Entrevista al autor Santiago Pedraza

Cuentos para monstruos: Witra - Santiago Pedraza