La última granja antes de la guerra
Las tropas invasoras llegaron por la mañana, entre brumas y risotadas, acompañadas por el incesante crujir de las cadenas de sus carros de combate. El anciano los llevaba esperando horas, arma en mano, frente a su granja. No iba a huir. La granja era lo único que tenía para subsistir. Sin ella, no había forma de sobrevivir al invierno. Se había dejado la vida en su pedazo de tierra, día tras día, semanas, meses y años enteros sin descanso. Su sudor y sus lágrimas habían regado cada palmo de esta tierra. Había hablado con los demás granjeros, con los pocos que no habían huido. Había que plantar cara al invasor. Los granjeros le repetían una y otra vez que no valía la pena luchar, que era un suicidio, que era mejor refugiarse en la montañas. Esperar a que las cosas se calmaran, como siempre lo habían hecho. Le decían que qué más daba que los gobernase un dictador u otro. Pero al viejo sí le importaba. Había luchado toda la vida por su tierra, por sus...