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Almas perdidas en la ceniza - Parte 6 de 10 - Luis Fernández

 






Relato Seis - El don

He intentado olvidar, negar su mera existencia, pero ni supe hacerlo antes, ni puedo hacerlo ahora. Ahora, después de tantos años, enfermo de un cáncer terminal de pulmón, por fin tengo fuerzas para atreverme a relatar lo que tanto tiempo he intentado ocultar. Ocurrió cuando Jorge y yo no tendríamos más de 20 años.

Todo empezó aquel gélido invierno en esa maldita estación. Montados en el tren de camino a la capital, mientras leía el periódico, Jorge observaba distante a través de la ventana.

- He visto esa cara antes -me sorprendió Jorge, ensimismado yo en la parte de deportes - Se llama Olatz, trabaja cerca de la panadería, odia sus pies, tiene miedo a no gustar nunca a nadie, cumplir los 40 y quedarse sola.

- Ah, ¿sí? - le respondí levantando débilmente las cejas - ¿Y tú cómo sabes eso?

- La he visto antes, he... he oído hablar de ella, recuerdo cuando la vi por primera vez. Era más feliz antes. Lo sé, lo siento, y sus amigas también lo saben -aclaró Jorge.

Me entretuve un rato más en terminar la línea del artículo del periódico y le respondí con cierta desgana.

- A eso se le llama engaño de la memoria, está muy estudiado en Psicología, es como recordar un sitio dónde crees haber estado antes, un momento que recuerdas, como haberlo soñado. Nuestra memoria al encuadrar la experiencia pasada lo hace de una manera tan ambigua que, cualquier momento, persona, o situación nos parece ya vivida, pero no es así. Cosas de la cabeza -le aseveré, encogiéndome de hombros.

- Eso no es verdad, la conozco, y no sólo a ella, también a todos los que han montado en el tren con nosotros, a los que esperan en el andén, a los que nos hemos cruzado de camino a la estación. Les recuerdos a todos. Sus caras, sus nombres. Al principio no eran más que chispazos de reconocimiento, pero ahora son algo más. Los conozco a todos. No puedo olvidarlos. Recuerdo cada gesto, cada palabra. El momento en que los vi por primera vez. Es algo divino, y maléfico a partes iguales.

El tren arrancó y no volvimos a hablar del tema, la verdad es que no le creí. Estaría de broma, aunque su rostro inquieto y sus ojos brillantes me indicasen lo contrario. Le observé durante un rato, pero quizás el frío o la desgana terminaron por ahuyentar el poco interés que me quedaba en ese extraño tema.

Al llegar a la ciudad me di cuenta de que era verdad lo que antes con tanta chanza me había tomado. Jorge me relató con todo lujo de detalles la vida del taquillero, la camarera del bar, el tullido del quiosco, el borracho de la esquina, y el vagabundo de los pies vendados; conocido como el Lobo negro y que era un recolector de almas al servicio de Baba Yaga, capaz de viajar entre las costuras del tiempo. Por supuesto no me creí ni una sola palabra. Se lo podía haber inventado todo perfectamente. Jorge poseía una gran capacidad creativa. Seguía afirmando que no existía ningún tipo de secreto para él. Habiéndolos visto una vez y/o habiendo oído de ellos a través de otras personas era suficiente para crear sus conexiones.

De camino a casa de su tía, me relató, con especial viveza, la historia del, a la vista afable, revisor del tren. Se trataba de uno de los más despiadados nazis que jamás hubiesen pisado la tierra. Le fue encargado, por orden directa del Führer, la búsqueda del Yeti y su conexión con la raza alemana, para apartar a la raza aria de la teoría de la evolución de Darwin.

No negaré lo mucho que nos aprovechamos de su supuesto don aun no creyendo del todo en él. Siempre sospechando que no era más que una sorprendente habilidad que poseen ciertas personas para extraer información no verbal de la gente. Pero su don nos sirvió infinidad de veces para reírnos de las tías, acostándonos con muchas, aprovechando la certeza de saber sus miedos, valiéndonos de sus esperanzas antes de que nos lo dijeran. Ganábamos y gastábamos dinero a partes iguales. No era rara la noche que, hartos de alcohol y mujeres, terminábamos arrastrándonos de camino a casa por los prados y bosques ocultos por la bruma, tambaleándonos y levantándonos mucho después, farfullando lo inmensamente felices que éramos. Pero Jorge estaba cambiando, cada vez más huraño, cada día más distante. No disfrutaba de su don, no podía soportar por más tiempo el mal uso que le estábamos dando, y cada día se le antojaban más aburridas las personas del pueblo. Dejó de comer, y sus ojos, antaño claro avellano se fundieron en un negro azabache. Descuidó su aspecto y las elegantes ropas que portaba las olvidaba con cada vez más frecuencia en el armario. Su don le consumía, se alimentaba de él. Se rasuró la cabeza y, sus cabellos, junto a todos sus efectos más personales, los guardó en una cajita y ésta la enterró en un lugar ignoto del monte.

La locura le estaba devorando. Nadie le era desconocido. Todos los seres estaban conectados de algún modo a otros. Su cabeza empezó a cortocircuitarse. Mucha información acerca de sus miserias, sus miedos, sus caras, sus nombres, su tremenda infelicidad. Nada le era desconocido.

Los rostros, los nombres se grababan en su memoria colectiva, todos formaban parte de alguna otra persona, todo se relacionaba en una inmensa tela de araña. Los hechos se almacenaban en las inmensas estanterías de su cabeza. Con recordar a Mengano, sabías de Fulano, Fulano era parte de Zutano. Nadie podía engañarle. Los conocía mejor que ellos a sí mismos. Jorge era capaz de recordar cada instante, cada palabra, cada gesto. Con tres o cuatro conversaciones de personas distintas, Mengano era analizado, extrapolado, desnudado. Que fácil resultaba descubrir nuestras miserias, analizando tan sólo lo que nosotros mismos decimos de nosotros y recordando después lo que hicimos o lo que no nos atrevimos a hacer, la forma en que nos comportamos con los demás. Lo tremendamente falsos que resultamos. La cuasi obligación de querer gustar a todo el mundo, de no mostrarnos tal como somos por miedo al rechazo. Adaptarnos constantemente a otros.

El don se había convertido finalmente en su maldición.

- Todos mentís. Todos aparentáis lo que no sois. Hay una persona diferente según con las personas con las que te relacionas. Nadie es siempre igual, nadie es puro. Todos falsos. Me da tanta pena que nadie sea capaz de ser él mismo, de no estar influenciado por nadie, de ser sincero, honesto consigo mismo, y mostrarse como realmente es. Necesito irme. Necesito conocer otras gentes, gentes que no conozca por mediación de otras personas - me confesaba Jorge - Sé que no es solución, que la locura será mi estadio final. A medida que conozca más gente, menos me quedarán por conocer. No quiero refugiarme en una isla desierta, encerrarme en algún lugar dónde no haya nadie. No quiero vivir así, sobrevivir así.

Jorge ya no escuchaba a nadie, su adicción a las personas ya era demasiado profunda. Necesitaba de la gente, aun siendo tan falsa, necesitaba conocer de ella, cada vez más. Aun sabiendo que su vida se había tornado ya meses atrás en una huida hacia adelante. Las adicciones son difíciles de manejar. Siempre creemos estar al mando, poder controlarlas. No es cierto. Sabía que debía parar, pero Jorge no lo hizo. Tampoco podía.

Agarró su petate y, junto con las ropas más cómodas que encontró, un buen día se fue.

Se lanzó a viajar a los lugares más remotos. Al cabo de días, semanas, todas las personas le eran conocidas, nadie le podía sorprender y, cada vez, encontrar una persona distinta a las demás, se tornaba más difícil. Recorrió miles de pueblos, cientos de mares, más de cien países, los cinco continentes y, al cabo de un año, nadie en el mundo entero le era desconocido. Conectados todos.

Años más tarde recibí noticias de la muerte de Jorge. Falleció cerca de la plaza roja de Moscú, simplemente se desplomó sobre la calzada. Al levantar el cuerpo horas después, el médico forense le atribuyó cerca de 80 años e, indocumentado y desastrado como iba, le tomaron por un indigente más que no pudo soportar las frías noches de la ciudad moscovita. No es verdad, el frío no terminó con él, fue la locura la que le terminó devorando cual cáncer. Nadie supo nunca dónde estaba enterrado a ciencia cierta, algunos suponemos que una fosa común, otros prefieren no saberlo. Es mejor no molestar a los muertos.

Algunas veces, cuando hace frío, y el viento golpea fuerte las ventanas de mi buhardilla, me parece oírle susurrar que ahora es más feliz, que en el lugar que se encuentra ahora, todavía no conoce a todos. Que todos los días conoce a gente nueva. Pero quizá solo sea parte de mi imaginación, pero me reconforta… algunas veces.


¡Tanto si te ha gustado la historia como no, déjanos tu comentario! ¡Muchas gracias!

No te pierdas las partes anteriores de Almas perdidas en la ceniza, pulsando los enlaces a continuación:

Parte 1 / Parte 2 / Parte 3 / Parte 4 & Parte 5

Booktrailer Parte 7 - El adicto


¿Has descubierto más partes del puzzle? Aquí te las resumo:

Esta historia transcurre en el año 2010

  • Se desvela el destino de Carlos de El vagabundo (ahora recolector de almas para  Baba Yaga y conocido como el Lobo negro
  • Jorge se cruza con Viktor von Schloßbaum, de La expedición, que ya no está ingresado en Eguidazu (como vimos en El sanatorioy que trabaja de afable revisor de trenes de cercanías.

 SafeCreative: 2108248960518



Comentarios

  1. Va bien la cosa, los relatos cada día están mejor. Queriendo leer los tres que faltan y luego el capítulo extra del libro que sacarás en el 2022. No se hable más y toma mi dinero.

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    1. Shut up and take my money! Hahaha. Gracias por el comentario.

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  2. Estos relatos cada vez van a más. Esa es mi sensación. Me gusta el detalle de ir recordándonos las pistas, las relaciones con los otros textos.

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